Te llamé, porque quería ofrecerte mi voz…
y en tus rincones perder la razón.
Ayer me reencontré con Isabel, y nos dimos un abrazo de esos que hacen sonreír a la historia. Cada día entiendo más y mejor lo que leo constantemente en este diario, en estos Ritmos: qué importante es abrazar. En ese hueco, que va rellenándose en cada abrazo, habita la semilla que hace temblar al miedo, ese miedo que tantas veces nos atenaza esclavizándonos a una vida malsana y profundamente estéril.
Algunos días, cuando te fijas en las estaciones que has recorrido hasta hoy, quizá no puedas dejar de pensar en el tiempo que se marcha irremediablemente dejando huecos irreconocibles en tu vida…, pero lo bueno del tiempo es que no existe. Existes tú, existe tu vida, que transcurre como esos ríos de los que habla uno de los mejores poetas que han habitado esta tierra –Jorge Manrique– en esas coplas a la muerte de su padre.
Es posible que cada uno de nosotros seamos una copla de pie quebrado, que tantas veces tropezamos en el camino, que tantas otras nos levantamos y que tan increíbles llegamos a ser cuando nos comprometemos a cerrar esos huecos que el miedo inventa, sanándolos con cada uno de nuestros abrazos.
I
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
II
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.
III
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
VIII
Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdemos.
De ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados
que acaecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.
IX
Decidme: La hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
la color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arrabal
de senectud.
Cuando el miedo tiembla… el hombre empieza a ver, resurge de sus cenizas y renace a todo lo que merece la pena en esta vida y que suele llevar su nombre. Cuando el miedo tiembla el hombre resucita.