woman in brown jacket sitting on wooden dock near lake

Este amor que se desangra tiembla por última vez
M-Clan

Y el otoño se vistió de azúcar y bicarbonato, para dar paso al invierno que, entre silencios blancos y destierros, se aproxima de forma inevitable. Nada como vivir en la zona templada para deshojar estaciones entre lágrimas y justicias vacías de intensidad. El ritmo de las palabras vuelve a su cauce: cuando los ríos se hielan el corazón emerge para ocupar el lugar donde reinaba antaño.

Occidente es un erial, y las monstruosas dudas que antes evitaban nuestro aletargamiento han dado paso a la malsana seguridad de la soberbia: el hombre está seguro, la mujer se ha vuelto loca. Desde las eternas colinas del desierto se escucha el grito silencioso de un niño que no puede dormir: este año los Reyes tampoco aparecerán en su esquelético horizonte, este año tampoco brilla una estrella.

Hoy día siguen lloviendo hombres sin rostro y mujeres sin manos, hoy día la ilusión no encuentra ningún pesebre donde calentar sus gélidos huesos, donde descansar sus ojos, donde escuchar villancicos inquietos y gordos por la sonrisa de una esperanza: cada vez viven menos palabras agradecidas en estos peñascos que nos rodean. El neón reina en un mundo sin sal.

Existen muchos hombres sin casa, muchas manos sin hogar, demasiado barro sin alma, demasiadas promesas rotas porque la cobardía se ceba en nuestras calles, en nuestros bares y en cada una de esas cunas llenas de vacío y de egoísmo.

Desde esa angustiosa sed alguna vez creímos encontrar un amigo que alegraba nuestros labios con una sonrisa, una amiga que confiaba en nuestro abrazo porque la sangre había llenado su plato en incontables infancias… Pero eso terminó: es fácil dejarse curar por alguien que sabe y conoce, pero es difícil pasear por el borde de acantilados donde otros pierden la mirada, que resurge velada por el dolor y el abandono.

Sin embargo, y aunque todo se parece a un mal formado esqueleto, la Navidad presagia aún más dolor, mayores olvidos. Lo curioso es que entre esas ruinas de sentimientos y deseos se alza –pequeño y arrebatador– el silencio de un beso, que en el momento adecuado consigue que dejemos de temblar. Quizá hayamos esperado encontrarlo en el lugar que tanto regó nuestra ilusión, pero eso suele ser mero espejismo, esa tierra siempre estuvo seca… Por no se sabe qué interesante lucidez nuestra semilla había encontrado otros lares donde crecer y, cuando llegue el momento de la absoluta y total ruptura, nos encontraremos abrazados por esa sencillez, por ese oculto abrazo que siempre fue verdad.

El angustioso temblor que acude a desangrarnos cuando nos alejamos andando solos por cualquier estrecha calle de ciudad encuentra descanso en un tango, que jamás pensábamos que íbamos a bailar. Cuando creamos que el silencio era nuestro consuelo escucharemos un ritmo, tocaremos una nota y sonreiremos al entender que alguien se ha enamorado de nosotros… y no nos dejará huérfanos. Y aunque esta maravilla alada no la encontremos nunca en quien tanto habíamos deseado, la piel nos recordará que una vez fuimos amados, cuando el día se deshaga en escarcha y la noche se bañe en leche.

Sí, siempre renacen las brasas cuando alguien sopla, nunca se pierde nada… salvo la inocencia y el derecho a creer. El problema está en que, por más que nos empeñemos, constantemente volvemos solos a nosotros mismos, pues muy pocas veces estamos dispuestos a renunciar a nuestra esperanza y derramar la sangre para destruir el profundo miedo que atenaza a nuestro amigo: y todo por alcanzar un gozo que jamás podremos retener. Por eso el amor no ha llegado nunca a transformar el mundo: trabajan –y creen y esperan– mucho más los que viven en penumbra, esperando el final de la poca luz con la que, aún hoy en día, otros consiguen iluminar a ratos el camino.

Pero en fin, mientras aún haya gentes que piensen que en el abandono van a encontrar la solución a su vacío seguiremos manteniendo un mundo poblado de injusticias y de insensatez, víctima de su propia, asquerosa y degradante cobardía. A ver si plantamos más levadura y acompañamos con nuestras obras, en vez de repetir tantas veces absurdas palabras de autocomplacencia cinematográfica.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *