VI

Good morning, good morning, sunbeams will soon smile through!. Cantando se levantaron y se regalaron, antes casi que abrir los ojos, un great breakfast: cereales, huevos, pan con mantequilla y mermelada y una exquisita miel. Después de unas duchas y de las pertinentes indicaciones de Noel, despegaron hacia la nueva tierra por descubrir: The Ring of Kerry. Viajaban en dirección Cahersiveen, surcando mares esmeralda. Por el camino, entraron en alguna que otra iglesia; como todas las que han visitado, aúnan sencillez, pulcritud y belleza. Casi sin darse cuenta, arribaron a Reenard Point, el muelle en el que un ferry les recogió y les trasladó –coche incluido– hasta la isla Valentia, situada a los metros que tardan en navegarse diez minutos.

Ya en la ínsula, encontraron el Knights Town Coffee, un clásico café de vistosa fachada que incluyeron en su apasionante colección de fotos. Investigando, dieron con una vieja iglesia –cerrada–abrigada por una variada espesura, en la que destacaban exóticos troncos, lozanas matas de hortensias y salvajes pendientes de la reina. Continuaron ascendiendo hacia la parte más alta de la isla, en la que, como les había dicho un señor en el ferry, había una gruta con una imagen de la Virgen. Pronto, abarcaron con la vista la mansa costa de Kerry, donde se reúnen en torno prados vivos, islotes y la bahía. En el camino, unas pizpiretas rosáceas flores le sirvieron a Morgan como base de una foto en la que se vislumbra la silueta de las islas Blasket; y una luminosa casita de cuento, a media ladera, con el tejado de paja y la fachada pintada a mano con ilustraciones de motivos naturales, pasó a habitar en su imaginación. Finalmente, hallaron la escondida gruta: un refugio de roca presidido, cual retablo natural, por la imagen de María de Nazaret y su amiga Bernadette, colocada allí en el año mariano de 1954 y envuelta preciosamente, en esta época del año, por un verde manto que brota entre las piedras.

Paladeado el odorífero silencio, comenzaron el descenso, gozando ahora plenamente de la panorámica. Trazaron una diagonal y abandonaron la isla por su otro acceso, un puente que va a dar a un pueblito costero del mismo nombre que el canal que discurre bajo este: Portmagee; antes de cruzarlo, retrataron con la cámara la breve línea de casas que lo forman, situada entre el canal –con un minúsculo puerto anejo– y una dulce loma. En la otra ribera, de cara al canal y a la isla, estaba el restaurante que les había recomendado Eileen –su anfitriona de Killarney–: Moorings. Tomaron asiento en el popular bar y repitieron su favorita sopa de marisco, cariñosamente cocinada –aunque la de Doolin sigue siendo inigualable–. Y descubrieron un nuevo plato, tan contundente como gustoso: cod florentine –bacalao a la florentina–; bien fresco y bien tierno el pescado. Se hicieron amigos del camarero, Damian, un tipo campechano, risueño, ¡directo al bolsillo!.

Antes de seguir circundando el anillo, sacaron unas fotos en el embarcadero, bajo una lenta lluvia… Y al poco de hacerse al asfalto, a la altura de Ballinskelligs, les engulló una abundosa niebla que iba a cubrir esa tarde la comarca entera, motivo por el que recompusieron el plan: el placer de los paisajes fue trocado por “un paseo entre las nubes”, a ritmo de carro de caballos, al calor de la amistad y con el acompañamiento de Martin & Dennis & Celtic Woman. La cosecha de novedades se redujo a un par de burros, un puñado de ovejas, una iglesia y una estatua de bronce de Charlie Chaplin –en Waterville, pueblo en el que gustaba descansar con su familia el genio.

Llegaron a la casa de campo entrada ya la noche y, tomado un relajo, salieron a dar una vuelta a la cercana Killarney. Su esbelta catedral estaba iluminada cual antorcha. La ciudad vibraba: músicos tocando en los pubs, tiendas abiertas, restaurantes en plena acción… Pararon en el Rey de las Hamburguesas, zamparon ufanamente y se retiraron a soñar a pierna suelta.

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