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Cuatro años con Los Ritmos

La teoría de que todo es bueno ha rematado en una orgía general de todos los males. G.K.Chesterton.

Hace cinco años, el doce de diciembre de 2017, amaneció totalmente nublado, sin embargo, en unas pocas horas fue despejándose y al cabo de poco tiempo lucía un sol invernal luminoso y amable. Un día como ese, hacía cuatro años, nació este diario, inmerso en una niebla que nada dejaba ver, hacia ninguno de los puntos cardinales, pero con una ilusión y un saber hacer que eran como un sol invernal que aventuraba momentos increíbles; y así ha sido.

Desde esta Casa queremos mandar nuestros agradecimientos a todos los que han estado y siguen estando inmersos en que este diario camine. Sin ellos este proyecto no sería posible.

Es cierto que este diario digital ha surgido dentro de la Edad de las Tinieblas, donde el hombre no es ni la sombra de sí mismo, donde la moral y la ética han quedado a manejo del mejor postor, donde la vida no se admira –principalmente de los no nacidos, de los discapacitados o de los ancianos–, donde la familia se destruye, donde la identidad humana se corrompe y donde existe un tremendo y doloroso vacío existencial… Pero también es cierto que este diario nunca ha tenido vocación de talar árboles sino de irrigar desiertos: sabemos que los hombres guardan en su semilla el poder de la resurrección pues las raíces del hombre han sido y serán siempre de Dios.

Una de las personas más amantes del Siglo XX nos legó estas palabras: el hombre se un misterio para el hombre y sólo se desvelará en Cristo (el único hombre en toda la historia que ha dicho que es Dios encarnado). Por eso, estos Ritmos surgieron con la necesidad de devolver a la conciencia universal de nuestra época la imagen grandiosa del hombre. Karol Vojtila, Clive S. Lewis, Josef Pieper y Gilbert K. Chesterton han sido nuestros cuatro grandes maestros, para ellos va nuestra más sincera consideración.

Así son Los Ritmos, del Siglo XXI; unos Ritmos que busca con pasión la alegría, porque queremos esa alegría para arreglar el Mundo –como dice Chesterton–: ¿se es capaz odiarlo al punto de reformarlo, amándolo sin embargo al punto de juzgarlo digno de reforma? ¿Se es capaz de admirar su dosis colosal de bondad sin sentirse inclinado a probarlo? ¿O de considerar su dosis colosal de maldad sin sentirse desfallecer de desesperación? En fin, ¿se es capaz de ser a un tiempo mismo, no digamos ya pesimista y optimista, sino pesimista fanático y optimista fanático? ¿Se es pagano hasta morir por el Mundo siendo, a la vez, cristiano hasta morir para el Mundo? Esto es lo que Los Ritmos quieren llegar a ser, lo que Los Ritmos son.

Hemos de entender que el hombre es una estatua de Dios que se pasea por el Jardín del Mundo. El hombre es superior a todos los brutos –a todos los seres vivos–; su única amargura consiste no en ser una bestia, sino un dios mutilado. Por eso no dejaremos ni de hablar sobre la autenticidad de la realidad, ni sobre el poder liberador de la verdad. No dejaremos de criticar a todos los impresentables que quieren sodomizarnos y relegarnos a la última mierda del Universo, ni dejaremos de ensalzar a aquellos sencillos seres humanos que tienen en sí la potestad de la alegría, aunque los demás les llamen débiles, retrógrados o fracasados.

Y si algún día –por un extraño motivo no entendible en estos momentos– dejásemos de hablar, tened por seguro que gritarán la piedras.

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