Guía de Terapia Integral
Introducción
Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento (Viktor Frankl).
Un problema emocional siempre comienza con una crisis, la cual suele derivar de un sufrimiento o un cúmulo de varios. También puede proceder de una serie de eventos muy estresantes que, por separado no suponen, quizás, ningún sufrimiento, pero que en conjunto forman una bola enorme e imposible de digerir. Pero, desde luego, un problema emocional no sucede así porque sí, sino que viene a raíz de algo. Además, ese algo suele ser un evento novedoso para nosotros, para el cual no estábamos preparados sino que tenemos que adaptarnos a él y ha supuesto un antes y un después, es decir, una interrupción de la continuidad de nuestra vida, un cambio muy importante que asumir. Así comienzan todas las crisis y problemas psicológicos.
La clave para resolverlas esta en adaptarnos, especialmente en pararnos a contar con todo aquello que sigue intacto de nosotros (aquello que no ha cambiado) y ser conscientes de todo lo que si ha cambiado para reinventarnos. Normalmente lo que no cambia es lo más importante y profundo de nosotros, de modo que toda crisis nos puede servir para liberarnos de lo superficial y lo superfluo y para aprender a centrarnos en lo importante: nuestra actitud ante la vida, nuestra libertad, lo que da sentido a nuestra vida, nuestras relaciones y nuestro potencial para amar y ser amados de infinitas maneras diferentes. Toda crisis puede mejorarnos. De todo mal o problema se puede obtener un bien mayor, si lo orientamos bien.
No todas las crisis resultan drásticas o negativas, ni mucho menos traumáticas. Muchas, de hecho, forman parte de la vida y de los procesos naturales de madurez y se resuelven solas obteniendo como premio el fortalecimiento de la personalidad, de nuestras capacidades y de nuestra ilusión por vivir. El problema viene cuando estos acontecimientos lo cambian todo, arrasan con nuestra energía dejándonos desmoralizados y derrotados e incluso nos cambian a nosotros mismos pero para a mal. Cuando sentimos que un evento nos ha convertido en peores personas de lo que éramos ―en lugar de mejores― significa que no lo hemos superado. Es entonces cuando no nos hemos adaptado sino que,por consecuencia, nos ha traumatizado: nos hemos roto por dentro y, por tanto, necesitamos tratarlo. Las primeras consecuencias son dos realidades inevitables: el dolor, por supuesto, pero también una más desapercibida y sutil, el miedo. De entre ambas secuelas, cierto es que el miedo puede notarse menos desagradable y verse como menos peligroso o menos inhabilitante, pero no es así. A diferencia del dolor, el miedo se enquista en la memoria y aparece repetidamente en nuestra rutina llegando a convertirse en un auténtico detonador que nos paraliza constantemente ante los sucesos que nos recuerdan a aquel primer dolor que sufrimos. Sin embargo, el dolor no es tan incapacitante, pues es meramente puntual ―solo existe en el presente― y no nos esclaviza ni puede paralizarnos si decidimos soportarlo; simplemente duele.
Estos dos aliados ―dolor y miedo―, si no los sanamos bien, pueden perseguirnos, asfixiarnos y, literalmente, arruinarnos la vida cuando hemos sufrido lo que en psicología se llama una experiencia traumática. Y dejan huella. Una huella que será muchas veces un trastorno de ansiedad, o de estrés postraumático u, otras veces, una de sus consecuencias: la depresión. Lo que nunca dejan a su paso este tipo de acontecimientos traumáticos es la felicidad y la esperanza. Nunca…, salvo que levantemos los ojos a la esperanza y escojamos el camino de pedir la orientación y el acompañamiento necesarios.
Existe la terapia para que el dolor y el miedo sean sustituidos por dos alas: la paz y la alegría; con las que volar como el ave fénix resucitado de entre sus cenizas. Existen las claves para hacer de un problema tan grande como una montaña, una suma de pequeños escalones que, con un buen apoyo, podremos escalar. Y llegar a decir como san Agustín: es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido, porque cuando el sufrimiento se orienta bien y se le da una respuesta adecuada y un sentido, logramos hacer que al menos merezca la pena. Día a día soy testigo de ello: la capacidad de superación del ser humano es verdaderamente extraordinaria y las personas más débiles son las que habitualmente más me sorprenden.
De cada mal se puede obtener un bien mayor, de cada tristeza una fortaleza que se transforme en entusiasmo. Tras la terapia nadie vuelve a ser el mismo, porque se aprende a ser una persona bastante mejor, mucho más cercana a nuestra mejor versión.
En estos artículos tataré de guiar al lector por el esquema general de terapia emocional, (siempre desde una perspectiva integral con las demás dimensiones de la persona). Expondré el proceso general que sigo en mis sesiones con preguntas que toda persona deseosa de conocerse podría contestar. El primer objetivo, querido lector, es hacerte pensar; como todos hacemos cuando de verdad nos comprometemos para cambiar; solo que aquí seguiremos una secuencia clave y ordenada. Pero es fundamental pensar y todo lo que pensemos sobre estas claves suele ser poco. Por otro lado, cabe decir que esta no es solo una guía general para terapia, sino que también sirve como guía de desarrollo personal. El segundo objetivo, que es el objetivo final, es hacerte reaccionar para, así, poder responder de una forma libre y humana a lo que te pasa. ¿Estás preparado para dejar de responder automáticamente y comenzar a actuar? ¿Estás preparado para ser dueño de tu vida? ¿Listo para ser libre?