Fase 0: preparación
La terapia emocional siempre empieza por pararse a pensar con claridad sobre el problema; solo así podremos ponernos en situación. La idea es entablar un marco racional para acotar el problema antes de dar rienda suelta a la emoción (que también es necesaria). Sentir la emoción, tras cada reflexión, nos aporta una valiosa información sobre nosotros: sobre cómo estamos, sobre nuestros deseos internos frustrados y sobre qué es lo que nos perturba. Además de esta, los sentimientos tienen otra utilidad: nos ayudan a adaptarnos al cambio. Los sentimientos transforman nuestra actitud, como sucede por ejemplo con el duelo por una pérdida: sentir la pena reorienta nuestro corazón para que pueda despegarse de la tristeza y volver a la paz y la alegría. Igual de importante es la razón como la pasión en este proceso. Podríamos decir que la razón establece el marco del cuadro donde poder pintar nuestros sentimientos. Solo uniendo estos dos hemisferios ―el ethos y el pathos― podremos contemplar el problema en toda su riqueza para afrontarlo con toda nuestra intuición, resolverlo con toda nuestra inteligencia y adaptarnos a él verdaderamente asumiéndolo por entero y superándolo.
Si no somos capaces ni siquiera de pararnos a pensar en los problemas ―por miedo a sufrir, por culpa, por vergüenza, por impotencia, por orgullo― o de emocionarnos aunque sea un poco ante ellos, quizás no estemos preparados para afrontarlos y necesitemos primero desintoxicarnos de demasiadas perturbaciones: desequilibrios químicos, desórdenes de nuestra rutina, un clima tóxico generado por relaciones de maltrato, etc.; o quizás necesitemos aprender un método de regulación emocional, una buena formación o incluso aprender a pensar.