Los tiempos que corren
Si tuviéramos que calificar con un solo adjetivo el pensamiento, la literatura, el arte, la música, el cine o, en un sentido más amplio, la cultura hoy preponderante, sobre todo en Occidente, quizá sería el de nihilista, o de un modo más suave, relativista. Las manifestaciones artísticas serán mejores o peores, pero a menudo exponen, reflejan o nos enfrentan con acierto a esa perspectiva, en la que subyace de un modo generalizado una visión de la existencia y del hombre más bien negativa y pesimista, que ha ido calando en la sociedad; paradójicamente, quizá de modo más patente en los países desarrollados que en otras zonas de nuestro planeta.
Me parece que este relativismo nihilista da poco de sí y nos encierra, tarde o temprano, en un círculo vicioso, en un callejón sin salida, porque, como dice el filósofo alemán Robert Spaemann, Si prescindimos de Dios –si actuamos ‘como si Dios no existiera’ (etsi Deus non daretur)–, entonces con Él también se desploma el pensar. Igualmente las preguntas de cierta envergadura dejan de tener importancia. Se me antojaba que el ateísmo intelectualmente se mueve en un nivel muy por debajo de las filosofías que poseen un supuesto teológico. Pero entonces me preguntaba: ¿cabe renunciar, sin más, a pensar y hundirse en un escepticismo radical? (Sobre Dios y el mundo, pág. 67).
Pienso que las carencias y limitaciones que muestra el panorama cultural dominante resaltan, por contraste, la hondura y la belleza del cristianismo: frente a la cultura de la muerte, de la nada, de la angustia, propia del ateísmo, la de la vida, la del hombre creado y redimido, porque Deus caritas est; frente al miedo y la tristeza, la esperanza y la alegría; frente al odio, la violencia, las crisis de identidad…, la caridad, la comprensión, el cuidado, el perdón…; frente a un materialismo hedonista, la sobriedad y el señorío; frente al abuso de poder, la mentira y la corrupción, la generosidad, la veracidad, las virtudes cívicas…; es decir, frente al nihilismo, la búsqueda de la santidad predicada por Jesucristo.
Por esto me parece muy pertinente la pregunta que George Steiner plantea en Gramáticas de la creación: ¿puede, podrá el ateísmo suscitar una filosofía, una música o un arte de envergadura?