Amar significa amar al ser amado. Perdonar significa perdonar lo imperdonable. La fe es creer lo increíble. Esperanza quiere decir esperanza cuando todo parece perdido. (G. K. Chesterton)
Como empezaba Rilke: muy señor mío,
Te he observado, te he querido escuchar en todo lo posible y deseo decirte que yo también me he sentido solo, ante la inmensidad de una vida por delante, perdido, pequeño, dolido, cansado, vacío…, con la sola fuerza de la esperanza, sin saber si quiera que todo va a salir bien. Porque no lo sabía, y, de hecho, aún no lo sé. Miro al futuro, y a veces me parece desolador. Miro al pasado y de nuevo siento que me faltó algo… que no recibí todo el amor que necesitaba (o no supe recibirlo). Creo que todos nos sentimos así de vez en cuando. Sin embargo, otras veces miro hacia el mismo futuro con una real ilusión, y también logro contemplar mi vida —mi pasado hasta el día de hoy— con una fuerte intuición de que todo está bien hecho, de que todo está en orden…, que de todo sufrimiento logré sacar algo bueno y que todo tuvo un sentido. Es entonces cuando nace en mí una certeza de que puedo seguir adelante. Esto es a lo que llamo esperanza y me aporta toda una energía que me enamora locamente.
¿Nunca has tenido esa fuerza?
En demasiadas ocasiones el futuro parece imposible, como si todo estuviera perdido; pero así son las historias que realmente importan, las que llenan el corazón. En esas historias los protagonistas pueden rendirse, pero siguen adelante porque tienen un propósito que anhelan ver cumplido: saben por qué luchan, su combate tiene un sentido (cfr. de Samsagaz Gamyi, El señor de los anillos).
¿Cómo darte esperanzas? La esperanza no te la puedo dar yo, la verdadera nace en tu corazón. Lo único que puedo darte es algo humano, como razones. Puedes luchar por ti, por ser feliz; o luchar por tu familia, que te quiere; también luchar por ser mejor para tus amigos, para los que tienes y para los que tendrás más tarde; luchar por las personas que te rodean; o luchar por la humanidad, es decir, para que el bien reine en este mundo.
Porque la realidad es que toda persona tiene algo que aportar. Todos existimos por algo. Es tu misión descubrir qué es ese algo. Y cuando lo descubras, entenderás qué todo lo importante siempre te fue dado, y que si algo te faltó, era para gloria de quien te ayudó a superarlo. No hay nada mejor que saber para lo que uno ha nacido, salvo quizá conocer la respuesta de por qué ha nacido (D. Luengo).
Mi querido J.P., tienes algo que aportar al mundo, y no creas que es poco o que no es grande.
Si hablamos de trabajo, desde luego, hay para rato; pero lo importante es que encuentres, de entre todos, cuál es el tuyo. Y no hablo tanto de una profesión que te otorgue un sueldo. Hablo, más bien, de tu lugar en el mundo, tu vocación.
Aún así, más allá de esto, cada gesto que se haga con amor ya será realmente grande. Como se dice: son los actos pequeños de amor los que mantienen el mal a raya (de nuevo Tolkien. Qué grande fue este hombre). Un poco de bien basta para combatir mucho mal. Es como si el mundo estuviera creado para resurgir constantemente de sus cenizas. Por eso todos tienen mucho que aportar, por mucho tipejo malo que ande suelto.
El problema no es tanto que los malos hagan cosas malas, el problema es que los buenos no hacen nada. Porque con poco que se haga, si realmente es bueno, se mantiene el mal a raya: el mal acostumbra a caer por su propio peso y, por otro lado, el bien siempre vence al mal, así como una leve luz basta para iluminar cualquier tiniebla. A la vez, un simple abrazo alcanza a calmar toda angustia en tempestad y una sencilla sonrisa suscita en el más triste la alegría. Si se amara un poco más, cuánto bien se haría al mundo.
Vivimos en un universo extraño: puede ayudar mucho más un niño con una sonrisa que un adulto con todos los millones del mundo. Y no porque los adultos seamos imbéciles ―que a veces lo pienso― o porque el dinero no sea poderoso ―que también lo considero una y otra vez―, sino porque no somos conscientes del acto de fe tan grande que encierra una sonrisa dada con amor; mientras que el dinero siempre ha estado con nosotros y poca seguridad nos ha aportado. Al contrario con él, más que saciarnos, siempre queremos más y acabamos esclavizados necesitándolo y esclavizando a los demás. Mira si no, los países supuestamente desarrollados, con las mayores tasas de suicidio del mundo. A diferencia de la mayoría de los países pobres y subdesarrollados que poseen los mayores índices de alegría y bienestar. Quizás debamos cambiar el uso de ciertas palabras.
Digamos que el dinero produciría cambios si le da poder a las personas buenas; pero las personas buenas lo son porque aprendieron a sonreír. La sonrisa cura el miedo: ese es su secreto. Hace tiempo aprendí que todo cambio, toda revolución, no empieza en la política, en el dinero o en los grandes cerebros; donde realmente comienza es en el corazón de los hombres que deciden vivir enamorados perdiendo el miedo.
Reiterándolo, todo ser humano es importante, pues para aportar algo grande solo nos basta con tomar posesión de nuestra libertad, ponernos en marcha, y empezar a amar enamorados y a vivir. Y eso siempre podemos hacerlo porque precisamente en esto consiste nuestra libertad. Ahí reside nuestra grandeza. Somos excepcionales por el hecho de ser personas. Toda persona fácilmente puede aportar mucho bien al mundo. Toda persona es buena en sus adentros, toda persona es valiosa y amable (cuyo significado literal es que se le puede amar o incluso fácil de amar).
Por el mero hecho de existir poseemos un valor infinito y somos dignos de ser amados. Para ello no es necesario ser útiles o poseer grandes conocimientos o grandes capacidades. Somos los únicos seres personales y eso nos otorga una dignidad mayor: infinita, porque infinito es nuestro corazón.
Somos buenos. A menos que decidamos vivir haciendo daño… somos buenos. Y aunque decidamos vivir egoístamente, siempre habrá dentro de nosotros algo bueno. Quizás no se vea, quizás no se manifieste en el presente porque esté solo en potencia y en el fondo… pero siempre, absolutamente siempre, hay algo infinitamente bueno. Depende de nosotros tomarlo o dejarlo, aceptarlo o desecharlo, ignorarlo o desarrollarlo. Pero en el fondo somos buenos. Eres bueno. Capaz y digno de amor.
Vayamos a más: estamos hechos de amor. Somos amor. Nuestra vocación es amar y ser amados. Aquí está la felicidad: hacer el bien y recibirlo, mejorar y aceptar que nos mejoren, embellecer el mundo y admirarnos de su belleza. Y para esto, insisto, no hace falta gran cosa: solo existir y ayudar a la existencia de los otros, es decir, facilitar la existencia de los otros: ayudar y no estorbar… amar y ser amables. Puedo si quieres extenderme un poco más, aunque lo vea innecesario: lo mejor que podemos aportar al mundo es tan humano como nuestro cariño, nuestra comprensión con los demás, nuestro intentar ser felices disfrutando y valorándonos a nosotros mismos mientras disfrutamos y valoramos a las personas… Y este bien lo hacemos simplemente existiendo y aceptando la existencia de los otros. Es fácil amar, cuánto lo complicamos.
Te preguntas ¿tiene un niño algo por lo que luchar? ¡Y más que nadie! es un niño: hay pocos corazones más grandes y compasivos que el suyo. Cuanto más pequeño eres, así eres más importante.
Los únicos obstáculos para nuestra ilusión únicamente son el dolor y el miedo. Cuando no vencemos el miedo, este nos paraliza, lo que suele llevarnos al odio y a la tristeza, es decir, a la falta de amor. Hay veces que no queremos pensar cómo acabará esta historia, porque todo nos parece que será malo o decepcionante, y terminamos paralizados por ese miedo. El dolor sin embargo no tiene capacidad para bloquearnos, pues todo dolor puede enfrentarse y vencerse con esperanza. Si perdemos el miedo, el dolor ya no nos afecta. Nos duele quizás, pero no nos paraliza ni nos bloquea. Debemos atrevernos a ver qué es lo que nos duele. Perdér el miedo al dolor.
Por otro lado, el único sufrimiento profundo que existe es el que no se ha aceptado. A veces necesitamos aprender a morir para resucitar. Si aceptamos nuestros sufrimientos y los encaramos para tratar de resolverlos, desaparecen. El amor los ha cubierto.
Gracias a esto, siempre hay esperanza. Todo mal pasa y siempre amanece de nuevo. Nada podrá pararnos. Asumida esta realidad, el amor con su belleza enjuaga las lágrimas de los pobres de espíritu, desaparece la angustia y se descubre una paz que todo lo alcanza. Ahí, los ojos se levantan y la mirada se alza serena, nuestra vida se hace verdadera y las cosas toman sustancia: la hierba brota de color verde intenso, el sol brilla más fuerte, de noche las estrellas nos mecen… nos sentimos de nuevo en casa.
Cierto es que muchas veces necesitamos ayuda, pero he descubierto ―tanto en mí como en personas que han soportado mayores sufrimientos que yo― que, en el fondo, uno es feliz porque decide serlo. ¿Cómo? Viviendo de lo sencillo, que abunda, y de lo bueno: amando y siendo amado, disfrutando de cada momento bello, luchando por lo justo y lo verdadero, sufriendo por aquellos a los que queremos, trabajando por enamorarnos de los que nos aman o hasta de los que no nos quieren tanto, y agradeciendo tras cada combate la vida y la riqueza que se nos ha dado.
A mi colega J.P.