El hombre es un misterio para el hombre, que sólo se desvelará en Cristo. S. Juan Pablo II
El Universo entero surge gracias a la voluntad –querer– del ser, que prepara –allí donde no había– un lugar profundamente especial para regalárselo a su pequeño, a esa criatura surgida de sus entrañas maravillosamente amantes: el hombre. Todo esto, todo lo que es, no es otra cosa más que una historia de amor… que el hombre aún no ha captado. Las huellas del artista siempre están en su obra, de la misma forma que el padre se descubre en el hijo: sólo hace falta mirar a un hombre para descubrir a Dios.
Una realidad tan profundamente rica, tan profundamente hermosa y tan misteriosa como es la realidad llamada hombre exige, al menos, un acercamiento desde varios puntos de vista, realizando una introspección audaz a través de cada uno de ellos, para darnos cuenta, al final, de la tremenda riqueza trinitaria que habita en él.
Si tomamos al hombre como ser individual –que lo es, por naturaleza–, descubrimos en él tres realidades que lo conforman, a saber, la realidad física, la espiritual y la psíquica (a la que algunos llamamos alma, a la que los semitas llamaban nefesh). El hombre es uno, mas se dan en él estas tres realidades, perfectamente definibles y diferenciadas.
En la realidad física de cada ser humano, entre otras cosas, se da la sensitividad, es decir, a través de los sentidos –de los diez que todo ser humano tiene: vista, gusto, olfato, tacto, oído, equilibrio, percepción, memoria, imaginación y cogitativa– cada hombre es impresionado cual película fotográfica por toda la realidad que le circunda, trayendo a su interior un ingente mundo de sensaciones que acabarán viviendo en él e influyéndole en mayor o menor medida. Además, y como mención especial, aún conocemos muy poco de cómo funciona la materia de la que estamos hechos, sobre todo la que tiene que ver con el sistema nervioso, principalmente con el cerebro.
Si poco conocemos de nuestra realidad material, menos aún sabemos de nuestra realidad espiritual, gracias a la cual estamos vivos, somos libres y podemos amar. Lo que es claro es que esos son nuestros principios más absolutos: la vida, la libertad y el amor. Gracias a la vida podemos, gracias a la libertad somos, y gracias al amor nos convertimos: podemos… realizarnos, somos… humanos y nos convertimos… en Dios, por llamarle con el nombre más extendido entre los hombres.
Cuando la realidad espiritual y la física se encuentran en un ser individual, éste surge como una realidad psíquica, es decir, como un alma, como nefesh. Con su propia naturaleza, perfectamente definida e inteligible. Y la característica que más define a cada alma es el mundo afectivo que la concreta, que la diferencia, que la singulariza: todas sus emociones, sus sentimientos, sus afectos y, principalmente, la actitud con la que los vive.
Sin embargo, el hombre no sólo es, por naturaleza, un ser individual –cada uno es cada uno y lleva consigo sus cadaunadas– sino que, además, también es un ser social por naturaleza. Y es un ser social, porque es un ser sexuado –que no sexual–. Esto significa que el hombre se manifiesta como mujer y como varón, y también como hijo (otra de sus trinidades): lo que nos lleva a la familia, o célula inicial de la sociedad humana. El varón sólo consigo mismo, al igual que la mujer, son incapaces de definir al ser humano; éste sólo se puede definir en esa complementariedad. Nunca se definirá el ser humano en lo sexual, pero sí en lo sexuado, lo cual no significa otra cosa más que el varón únicamente puede reconocerse como tal en el espejo perfecto de la mujer y la mujer únicamente se reconocerá como tal en el varón (Persona, Julián Marías). De esta realidad sexuada y complementaria surge la familia –padre, madre e hijo–, y de la familia surgen la economía, la sociedad y la política.
Y tampoco nos quedamos sólo ahí, pues el ser humano, principalmente, es una realidad personal: es un yo que se hace, una historia que se realiza, un ser que conquistándose a sí mismo llega a su plenitud más eterna. Sabemos que es un ser personal por tres sencillas evidencias: es un ser libre (intelectual y volitivo), es un ser que puede relacionarse entre sí y que, de no hacerlo, jamás llegará a su plenitud; y, por último, es un ser que puede amar –realidad de la que hablaré más adelante, pues no es baladí conocer de veras su significado.