A todos mis amigos.

Querido George, recuerda que ningún hombre es un fracaso si tiene amigos. (Clarence, en Qué bello es vivir)

Hay un valor moral que se tiene cada vez más olvidado y apartado, que se toma cada vez menos en serio y se está perdiendo. Es el valor de la amistad. Estamos en una crisis de la amistad.

Desde hace unos años, he trabajado con adolescentes y me ha sorprendido que, hablando con sus padres acerca de valores positivos a la hora de educar, a menudo he encontrado recelo cuando nombraba el valor de la amistad: «yo… es que no creo ya en la amistad, pero bueno… supongo que a su edad es bueno que crean en esas cosas», me dijo una madre con vergüenza. Fue como quien dice que ya no cree en los Reyes Magos o en el Ratoncito Pérez porque son cosas de niños y de la juventud. «Los amigos siempre te fallan» he escuchado. O también: «Al final cada uno hace su vida y a la hora de la verdad estás solo».

Algunos creen —como se ve especialmente en las series de Netflix o en el cine actual— que el hombre es un lobo para el hombre, frase de T. Hobbes; es decir, se cree que todos somos egoístas por naturaleza, pues competimos por los mismos fines. Muchos psicólogos apoyan la Teoría Del Contrato Social, que dice que todas las relaciones humanas se basan en el acuerdo de beneficio mutuo interesado. No hay gratuidad o amor desinteresado, todo es a cambio de algo.

Otros no llegan a tanto, pero afirman que los únicos que se quedan en los momentos difíciles son la familia. Y defienden por encima de todo el valor de la familia, como si fuera el único lugar en el mundo en el que te quieren de verdad. En parte, estoy de acuerdo con esto, pero solo si matizamos que sucede que los verdaderos amigos acaban adhiriéndose a esa familia: se hacen parte de ella. Por lo que es verdad que la familia es quien nos quiere de verdad, pero una familia formada por padres, hermanos, hijos y amigos. El amor de la amistad es similar al amor fraternal —amor de hermanos—, pues nos une que ambos podemos sentirnos hijos de un origen común, que pueden ser la humanidad misma, nuestra patria, Dios, etc. Porque no son los lazos de sangre los que definen el amor humano, sino la libertad, la comprensión mutua y la voluntad. El amor no es un vínculo afectivo, un lazo del apego o un sentimiento, es un acto de la voluntad y una decisión personal. Por eso un amigo puede amarte más que un padre, incluso más que un buen padre; aunque, por supuesto, es difícil. Pero se puede.

También se ha desvalorado la amistad más sublime, que es la hay entre ambos sexos: la amistad entre un varón y una mujer. Empezando por la cultura infantil, sexista e hipersexualizada, que ha visto imposible o, cuanto menos, improbable la amistad verdadera entre hombres y mujeres, porque sospechaba que las diferencias entre los sexos son tan extremas que siempre que un chico y una chica son amigos es por interés romántico o sexual; y que cuando uno de los dos cierra la puerta a esta opción, la supuesta amistad se disuelve y se pierde el interés del uno por el otro. Esto pasa en muchos adolescentes que les da vergüenza hacerse amigos de sus amigas o viceversa. O bien, que arruinan las amistades cuando pasan del cariño al sexo porque lo confunden. Nada peor que el sexo para destruir una amistad.

Luego, hemos pasado al otro extremo. En la lucha contra el sexismo y la discriminación por el sexo, se ha llegado a negar toda diferencia entre el varón y la mujer, rechazando el valor de su complementariedad e ignorando la relevancia de este tipo de amistades. Aunque ya se dan por válidas y posibles, pero sin llegar a reconocer la relevancia que estás tienen. Pienso que en la amistad entre varón y mujer se da la amistad más grande, la más completa y apasionante, pues en ella nos abrazamos por entero como seres humanos y en ella nos reconocemos a nosotros mismos al completo. Pues el ser humano es un ser sexuado, varón y mujer, radicalmente iguales —pues ambos somos personas— y radicalmente diferentes en otros aspectos. Los hombres solo se terminan de conocer a sí mismos cuando aman a una mujer y viceversa. La amistad entre sexos, no solo es posible, sino que es la más completa y la que más nos enriquece y beneficia. Mi mejor amiga, de manera evidente y arrolladora, es mi esposa. Nadie ha compartido su vida y ha acogido la mía de manera más completa y más profunda. Y en nadie me he conocido y reflejado más que en ella. Y no es que suceda esto porque sea mi esposa, sino al contrario, quise que fuera mi esposa precisamente porque con ella sucedía todo esto.

Por último, conozco, quien defiende, basándose en la fe cristiana, que el mayor amor es el de la Iglesia entre los hermanos de una misma comunidad, por encima de la amistad e incluso de la familia. Porque dijo Jesús que los lazos del espíritu eran más importantes que los de parentesco (Mt 12, 48-50), pero olvidan que el mismo Jesús también dijo una frase muy relevante para el tema que nos atañe: nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13). Una frase que me encanta.

La amistad se olvida, se deja pasar, se critica incluso. Pocos la valoran porque pocos la experimentan (C.S. Lewis), pues pocos alcanzan nivel de madurez necesario para tener buenos amigos.

La realidad es que la amistad es difícil, sacrificada, es una relación excepcional y una virtud heroica, pues requiere de valor, madurez y grandes pruebas. La mayoría de las personas tienen pocos amigos —1 o 2 a lo sumo— y es por esto: porque la amistad requiere de valor y esfuerzo.

Para construir una amistad se necesitan muchos ingredientes trabajosos e inseguros. Es necesario tiempo, y cundo hablo de tiempo me refiero a años; es necesaria la comunicación y el conocimiento mutuos; es necesario compartir momentos de intimidad con esa persona y que no sea solo una relación superficial, sino compartir sentimientos, sufrimientos, alegrías, emociones, valores, deseos, ilusiones…; incluso es necesario hacer algo juntos, compartir o haber compartido algún proyecto, trabajo u objetivo en común donde trabajar juntos codo con codo; es necesaria la confianza, para abrirse, para dar, para perdonar, para esperar…; es necesario dedicar esfuerzo y constancia para cuidar la relación, mantener el contacto, hacer por verse, darse prioridad el uno al otro, pues si se pierde el trato, la amistad se debilita lentamente; es necesaria cierta exclusividad o individualidad, pues la amistad se hace uno a uno, y no en grupos grandes como se suele creer; también hace falta reciprocidad, igualdad y justicia, pues no es bueno que uno ame y el otro no, si no, el amigo es solo uno de los dos; y, sobre todo, la amistad requiere de amor radical, amor existencial o amor de agapé, que se resumen en amar al otro como a uno mismo. Pues el amigo es otro yo, decía Aristóteles.

También, para que la amistad se consolide hace falta el desafío: un tiempo de dificultades en el que la amistad se pone a prueba para demostrar que el amor hay en ella es incondicional y leal y no un amor interesado o puramente placentero. Como decía Tolkien, ese gran autor que reflejó maravillosamente sobre el valor de la amistad en sus novelas: desleal es aquel que desaparece cuando el camino es oscuro. La amistad verdadera es para siempre, si no, nunca fue amistad.

Por eso, la amistad pierde popularidad en la edad adulta, y más en esta sociedad de la impaciencia, del corto plazo, del interés, del egoísmo y que huye del sufrimiento. La amistad es una inversión a largo plazo, y, como toda inversión, es insegura: puede salir bien o puede salir mal. Pero si sale bien, la recompensa es altísima. El fruto de la amistad es, literalmente, recoger felicidad.

Desde aquí, en este ensayo, quiero romper una lanza en favor de la amistad. Y es que la amistad es una de las cosas más bellas de esta vida y de este mundo.

Elogio de la amistad

Quisiera definir la amistad, o al menos, empezar por describirla en un elogio de la amistad.

Una de las cosas que más valoro y que me hace más feliz son los amigos cercanos. De esos que te escuchan y se preocupan de cómo estás. De esos que se interesan siempre por ti, que te buscan, que hacen por verte, por hacerte sentir bien, expresarte el cariño y ofrecerte su ayuda si lo necesitas. Amigos que, a su vez, confían en ti abriéndose ellos y dejándose querer y ayudar por ti.

Los buenos amigos se alegran de mis alegrías y de mis logros, más incluso que yo mismo. Y es que los amigos conocen tus alegrías y sufrimientos, tus ilusiones y tus preocupaciones, lo que te hace feliz y lo que te molesta. Y es maravilloso cómo utilizan ese conocimiento para intentar hacerte sentir bien.

Los buenos amigos conocen lo bueno de nosotros, les ilusiona vernos, nos admiran, piensan bien de nosotros, nos miran desde la ternura, se fijan en lo bueno y nos lo recuerdan si lo olvidamos. Los seres humanos solo nos podemos conocer a través de los demás que nos hace de espejo. Por eso es genuino cuando un amigo te hace ver que eres bueno.

Los buenos amigos saben callar, escuchar antes de hablar, omitir los consejos y las soluciones directas a las que podemos llegar por nosotros mismos, saben esperar el momento oportuno para hablar y saben incluso hacerte hablar. Les encanta escuchar, acoger, confiar, abrazar, acompañar y valorar, mucho más que darnos pautas o solucionar nuestros problemas. Saben que lo importante es ser y estar.

Pero también los amigos buenos te dicen lo que piensan, te son sinceros, y te corrigen en los errores cuando creen que estás equivocado —acierten o no—, te mandan a paseo cuando eres injusto o no los respetas y se pelean contigo cuando haga falta. Porque lo que necesitamos no son amigos que nos apoyen y nos den la razón en todo, sino que nos la quiten cuando estamos equivocados. No queremos amigos que nos rían la gracia sino que nos ayuden a ser mejores personas.

Por otro lado, estos buenos amigos también piden perdón cuando se equivocan, esperan y perdonan siempre nuestros errores. Tampoco son de opinión fija: siempre les interesa tu opinión y tu punto de vista. Saben que la empatía es la puerta del amor y del respeto: buscan tratarte como les gustaría que les trataran a ellos.

Los amigos te conocen y saben dónde cojeas para recordártelo cuando lo necesitas. Mis mejores amigos son los que tienen más libertad y menos complejos para llamarme estúpido cuando estoy haciendo el estúpido. Y no dudan en hacérmelo ver para ayudarme cuando me vengo arriba o se me va un poco la pinza. Todo esto les ha costado vergüenza, valentía, tacto, confianza y discusiones, porque todos reaccionamos mal cuando nos corrigen o nos llevan la contraria; pero lo han sabido hacer porque me quieren. Y yo he aprendido a escucharles siempre por la misma razón: porque me quieren. Y presumo de que muchas veces han llevado razón ellos y yo no.

Por otro lado, los buenos amigos, además de conocerte, se conocen y se quieren a sí mismos, saben lo que les hace felices y se preocupan de contártelo. Saben lo que quieren y buscan lo bueno. Su felicidad y su actitud se contagian y es su mejor ejemplo. Porque para ser buen amigo, es requisito indispensable saber quién eres tú por ti mismo y haber empezado a madurar. Los amigos trabajan por hacerse admirables. Mejoran cada día por amor a ti y por amor a sí mismos.

Buenos amigos son esos que te respetan, que te valoran, te reconocen, te inspiran, te apoyan, luchan a tu lado, te animan, te acompañan, te contagian la esperanza, te aceptan tal y como eres, con ellos puedes ser tú mismo y, paradójicamente, eso te motiva a mejorar.

Los amigos que te quieren, te agradecen lo que haces por ellos, intentan considerar todos tus esfuerzos, te dan un halago realmente sincero cuando admiran algo, e incluso a veces cae algún piropo de vez en cuando, y siempre que les buscas encuentras en ellos el abrazo.

Además, cuidan la relación: te llaman, te buscan, hacen por quedar y mantener la amistad, sacan tiempo… Aunque también saben que la amistad, una vez consolidada, requiere de poco tiempo y de menos esfuerzo para mantenerla. La amistad verdadera aguanta el paso de los meses y de los años; y te excusan si no puedes quedar y, por supuesto, te excusa si en algún momento les fallas. Porque es verdad eso de que los amigos siempre nos fallan, y nosotros a ellos; la diferencia está en quién retoma la relación y la restaura reconciliándose, perdonando, compensando…, y quién la abandona por rencor, dejadez, tibieza o incluso egoismo. El amigo siempre vuelve, porque para él es volver a casa.

También los amigos se sacrifican cuando es necesario, en proporción a sus posibilidades. Aunque no como en las relaciones tóxicas, en las que ambos se inmolan por el egoismo del otro: en la amistad el sacrificio nunca se exige, siempre es generoso y desinteresado. Además, con el tiempo, las personas descubrimos que pocas veces necesitamos que los demás se sacrifiquen por nosotros o se entreguen, y nunca que renuncien a sí mismos para amarnos o salvarnos. Lo más importante que nos pueden aportar y que samso a nuestros amigos es el ejemplo, la compañía y nuestro trabajo. Lo que más valora un amigo es nuestra vida misma —nuestra existencia—, y eso ya se lo estamos dando.

Ingrediente principal de la amistad es la justicia, dar a cada uno lo suyo. Aunque también, por esta misma justicia que habita en la amistad, no podemos ser felices si nuestro amigo no es feliz: sus sufrimientos nos duelen como si fueran nuestros. Yo mismo puedo decir agradecido que tengo buenos amigos que darían la vida por mí si fuera necesario. Como yo lo haría por ellos sin pensarlo.

En este punto encontramos que la amistad implica sufrimiento, porque u amigo sufre cuando tu sufres. La amistad es dramática, apasionada y doliente muchas veces. Con sufrimientos pasivos en los que muchas veces no podemos hacer nada. Tan solo lo de siempre: ser y estar; y rezar, si eres creyente, si no, tan solo esperar. Es por eso que la amistad es una virtud heróica, pero con sentido pleno. Esto se expresa de manera magnánima en esa la frase de santo Tomás de Aquino si no quieres sufrir, no ames, pero si no quieres amar ¿para qué vivir?

Se le escucha últimamente a la psiquiatra Marian Rojas decir que, al igual que hay personas tóxicas, hay personas vitamina, personas que nos enamoran día a día, y con las que merece la pena construir una amistad y una vida. Este tipo de personas hay que saber encontrarlas, pero una vez encuentres a alguna de ellas, cuídala, porque son esas personas las que dan sentido a nuestra vida. En palabras de C.S. Lewis: la amistad no es necesaria, como la filosofía, como el arte… No tiene valor de supervivencia; más bien es una de esas cosas que dan valor a la supervivencia. Las buenas amistades, como cualquier persona amada, hacen que la vida merezca la pena. O en palabras de Aristóteles, sin amigos nadie querría vivir.

Estos amigos son los que nos hacen felices y engendran mejor que ninguna otra realidad en este mundo el amor de Dios. Igualan e incluso superan, en ciertos casos, el amor que se da naturalmente en la familia, hasta poder decir que espiritualmente alcanzan a formar parte de ella. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos.

A esos amigos siempre se les echa de menos y dejarían un hueco irreemplazable en nuestro corazón el día en el que falten. Porque somos lo que amamos y, de este modo, estos amigos se han hecho parte de nosotros por el amor que les tenemos. Como decía Aristóteles, la amistad es un alma que habita en dos cuerpos. Y así se siente.

Es verdad que este tipo de amistad verdadera es difícil, y a veces parece incluso inalcanzable, pero no por ser inalcanzable dejamos nunca de perseguir un ideal, y menos un ideal que merece tanto la pena. Es más, la amistad incondicional es posible y probable si la cultivamos. A ser amigos se aprende, y se aprende juntos, mano a mano y poco a poco. Solo hace falta que ambos creamos en la amistad y nos apasionemos por cultivarla.

Tengo una amplia lista de buenos amigos que sé que me quieren de este modo. Y es uno de los tesoros más grandes que Dios me ha dado. La segunda gracia más grande es la del amor que me concede, y que yo intento recibir, para tratar de mantenerlos. Y recuerdo la frase de Frank Capra que aparece al final de la preciosa película Qué bello es vivir a la voz de Clarence, el ángel sin alas: Querido George, recuerda que ningún hombre es un fracaso si tiene amigos.

Doy gracias a todos ellos. Espero poder ser el mismo buen amigo para vosotros.

Un abrazo

Juan Carlos Beato Díaz

Psicólogo y Orientador

www.centroipae.com

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