Desde Campamento, Madrid.
Cuando visité el asfalto de mi infancia -hace apenas unos meses- me recorrió un escalofrío el cuerpo entero, y aún vive en mí, como una especie de deseo por recuperar a todos aquellos que han quedado en un pasado demasiado cercano todavía. Las calles aún conservaban ese olor de aceituna con toque picante…, aunque quizá ahora están menos concurridas, menos alegres, algo más cansadas, con cierta falta de ilusión.
La historia de este barrio comienza en los años 20 –la belle epoque-, cuando empiezan a blindar Madrid en sus vías de salida instalando campamentos militares en ellas; pero mi historia con ese rincón de la capital de España comenzaría en los inicios de los setenta. España se iba a situar en breve como una potencia económica mundial, así como de destino turístico, buen comer y buen vivir.
El cambio económico y político que sucedería en esos años poco nos importó a los chavales que vivíamos las calles de Campamento: normalmente hacíamos y pensábamos lo que nos daba la gana. Algunas veces eran cosas sencillas, como comprar tabaco en el estanco diciendo que era para nuestro abuelo –sí, hombre, Benito, el de Camarena, en Aluche… Ah, ese…, -respondía el tendero. Y nos daba dos cigarros sueltos de Ducados.
Otras veces eran más arriesgadas, como disparar con nuestros tirachinas para echar al camello “hachedepe” de nuestra calle. No queríamos que se repitiera lo de Julio, que se calló al tren en Estrecho después de una sobre dosis y la cabeza hubo que ir a buscarla túnel adentro. ¡Uf! Qué mal rato pasamos cuando nos lo contaron, y al día siguiente, al verlo en los diarios.
A mí, la calle que más me gustaba era Seseña -claro, la mía-, no sólo porque viviese ahí, sino porque ahí también estaba el colegio -el Liceo Castilla- donde cursé los primeros años de la EGB; para los últimos me trasladé al que tenían en Aluche sus mismos dueños, muy cerca de mis abuelos, casi en la calle Valmojado. Además, en la calle de Seseña vivían casi todos mis amigos, como Ramón y Santiago, Antonio y Luis, Marta, Maribel -los últimos labios que recuerdo de Campamento…, y también los primeros: una de esas personas que hace que tu vida haya comenzado como Dios manda, uno de esos momentos que se sellan en el tiempo y que te recuerdan que siempre hay esperanza.
Entre Seseña, Illescas, Valmojado y los Yébenes volaron nuestras infantes almas para entender que la vida siempre será lo que descubrimos en ese rincón de Madrid, en el barrio…, y que otra cosa, por mucho que nos digan con el paso de los años, sólo es mentira. Entre amigos y abuelos, cole, parque, asfalto y tierra se hizo la vida, Dios nos encontró jugando y todos los ojos del mundo tenían manos, y todas las manos del mundo tenían labios, y todos los labios del mundo tuvieron alma… Y todas las almas del mundo se llamaban pandilla. Así fue como entendí aquello que dice el Génesis: y cogió el barro de la tierra y soplando sobre él hizo al hombre. Y hombre y mujer hicieron el barrio.
No sé, quizá me pase que tengo aquello que cantan los portugueses: “saudade”. Aunque tal vez sólo sea que llevo el barrio en la piel y la piel en las venas. Por eso es que su música aún recorre toda mi alma: lo llamé escalofrío. Y todos los recuerdos que habitan en mí ahí se quedaron, y así me formaron. Cuando quiero que inunden todo mi ser sólo he de mirarme al espejo.
David, me ha gustado mucho.
Eres un puto sentimental. Lo sabes, ¿verdad?
Así es, amigo, con un par.
Gracias por abrirnos y compartir un trozo de tu mundo interior desde el corazón y la sencillez