La primera visita a la Galería de las Colecciones Reales, el museo inaugurado el pasado mes de julio, situado entre el Palacio Real y la Catedral de la Almudena, asomado al Campo del Moro, no me ha defraudado. El nuevo edificio, de Tuñón y Mansilla, tiene elegancia, es amplio, sobrio y cómodo para el visitante. Se puede acceder desde la Plaza de la Armería o desde la Cuesta de la Vega. Un defecto –común a otros museos, no sé por qué– es el exiguo tamaño de los caracteres de los textos explicativos que suelen acompañar a cada objeto expuesto.
En esta primera visita, me ocupé de la sala A, dedicada al final de la dinastía de los Trastámara y a los Austrias, lo que me llevó dos horas largas, que podían haber sido más. Decidí dejar la sala B, la de los Borbones, para otra ocasión, y completé la mañana con el recorrido por la exposición temporal de carruajes, muy interesante, en la que se han incluido, además, dos automóviles Mercedes regalados por Hitler a Franco.
Un buen repaso de cinco siglos de la historia de España, que ojalá ayude a conocerla y valorarla más y mejor, en estos tiempos en que parece que se quiere volver a los reinos de Taifas. Ha habido sombras, sin duda, pero también muchas luces, muchos hechos de los que podemos sentirnos orgullosos, con los que se ha contribuido al desarrollo de la humanidad y de los que mucho se puede aprender.
En el museo, se expone una mínima parte de las colecciones reales, pero bien significativa, completada con acertadas explicaciones. Hay mucha belleza, mucha riqueza, mucho mecenazgo, mucha vida, que de algún modo a todos nos pertenece y nos une a las generaciones precedentes y a las que nos sucederán. Esto se plasma en cuadros, esculturas, de artistas como El Greco, Caravaggio, Bernini, Velázquez, Goya…, en tapices, muebles, armaduras, objetos litúrgicos, textos, etc., de gran valor e importancia. Huellas de una riqueza cultural variada y esplendorosa. Una visita que merece la pena.