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Cuando falta el amor

El peldaño final en la conquista de la Naturaleza –como dice Lewis, ese duende que nos narró las increíbles Crónicas de Narniase alcanza cuando mediante la eugenesia, mediante la manipulación prenatal y mediante una educación y una propaganda basadas en una perfecta psicología aplicada, el hombre logra un completo control sobre sí mismo. La naturaleza humana será el último eslabón de la Naturaleza que capitulará ante el Hombre. En ese momento se habrá ganado la batalla. Habremos arrancado el hilo de la vida de las manos de Cloto y, en adelante, seremos libres para hacer de nuestra especie aquello que deseemos. La batalla estará, ciertamente, ganada. ¿Pero quien, en concreto la habrá ganado?

Es asombrosa y tremendamente nociva el ansia que algunos tienen de controlarlo todo. Se piensan que así serán Dios. Creen, estos insufribles mosquitos, que así se sentirán seguros. En sus delirios más alcohólicos llegan a pensar que un día habrán domado hasta a la Parca. Es curioso, no tienen ni idea de lo que es la vida –ese loco manantial lanzado como una flecha al infinito– y creen posible parar la muerte; no tienen ni idea de lo que significa ser humano y piensan que pueden dejarle aquí eternamente. Hay que ser subnormal.

Y es que, claro, como vivimos rodeados, agobiados, aplastados y casi ahogados por la Santa Democracia, creen algunos que mil mentiras siempre hacen una verdad. Nuevamente, resulta curioso y tremendamente nocivo llegar a pensar que lo bueno o lo verdadero o lo bello es lo que dice la mayoría, o la minoría, o la madre que les parió. Personas absolutamente ignorantes y pazguatas, que jamás conseguirán el más mínimo éxito en sus pobres vidas, intentan repetir mucho una cosa –plantar mucha mierda– para ver si así se lo acaban creyendo, ellos y los demás.

Y, por desgracia, muchas veces ocurre así. Ejemplo de ello fue el nacismo –nacionalsocialismo–, o el aborto provocado –interrupción voluntaria del embarazo, lo llaman: asesinato en toda regla–. El primero, en los años que duró se cobró unos seis millones de vidas que les parecían indeseables, el segundo, desde 1922 hasta la fecha, lleva ya más de mil millones de vidas que también les parecen indeseables. El hombre está fagocitando al propio hombre, como Saturno devorando a sus hijos –qué grande Goya–. Pero como estamos tan civilizados ya y hemos superado el nacismo, el comunismo, etc., ahora matamos a nuestros hijos en salas de hospital, a poder ser sin ver nada: ojos que no ven corazón que no siente.

Pero seguimos viviendo en la Santa Democracia, y no se te ocurra decir que no eres demócrata, porque te crucifican. Pasa algo similar a lo de las religiones. En este país de cerriles hay un montón grande de españolitos a los que se les hace el culo gaseosa cuando oyen hablar del budismo, o del jainismo, o del sintoísmo, incluso del islamismo; pero como se te ocurra decir que eres católico, te crucifican –que para el caso es lo que ocurrió con su Fundador.

En serio, creo que muchas veces somos gilipollas. Tenemos miedo a reconocer nuestras raíces, a reconocer nuestros errores, pero sobre todo a reconocer nuestra grandeza. No estamos en un mundo de compromisos, ni de responsabilidad, ni de lealtad; o por lo menos estos valores no brillan casi nada ya. Ese es el problema: muchos se piensan que estamos en un mundo –el desarrollado, claro– impresionante, y acatan sus normativas y sandeces –como lo importante que es aprender inglés: el idioma de ladrones y corsarios– sin darse cuenta de que ese mundo al que consideran tan civilizado se está deshumanizando poco a poco, les está velando los ojos con baratijas de medio pelo para poder hacer con ellos lo que le venga en gana, que normalmente es dar mucho por saco. Ahora ya sabemos por qué las madres antiguamente, a sus hijos que se portaban mal, les decían que iban a llamar al hombre del saco, que es aquel que está dando siempre por culo.

Supongo que algunos de esos niños son ahora estos monstruos que se han convertido en este tipo de hombre, el del saco, y quieren hacernos creer todas esas paridas populistas de una propaganda del error para conseguir dominarnos, y pensar que así sus madres volverán a quererles algún día.

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