silhouette of woman outstretching hand to help man at sundown

De todas las instituciones humanas el matrimonio es la que más necesitada está de un lento desarrollo, de la paciencia, de largos plazos de tiempo, de compromisos magnánimos, de modales llenos de amabilidad.

Chesterton, Early Notebooks

Estamos de acuerdo en que la esperanza es lo más pequeño que existe, o eso parece, así como que también parece ser tremendamente débil, inocente, sencilla y profundamente esquiva. Sin embargo, algo nos dice, desde el fondo de nuestras entrañas, que eso no es cierto. Si lo fuera…, ¿por qué existen tantos que están constantemente tratando de quitárnosla, de oradárnosla, de destruírnosla? Principalmente, utilizan el miedo para maltratarnos y que, así, nos convirtamos a la desesperanza, que es el inicio de todos nuestros males.

En el Mundo casi siempre ha existido el mal, el gran problema radica en desesperarnos, porque sólo la esperanza puede enseñarnos que el mal jamás se alzará con la victoria, por mucho ruido que haga. No obstante, si cada uno de nosotros no aceptamos el saber que nos proporciona esa virtud, estamos arruinados, y nuestro vida se convierte en un agujero negro del cual resultará cada día más difícil salir.

Para poder evitar o vencer la desesperanza, Dios nos hizo familia. El hombre surge en la familia, siempre será hijo –aunque no sea padre–, siempre será amado por lo que es, y ahí será libre. Es en el hogar donde se fundamenta la esperanza, porque la esperanza no es otra cosa que saberse amado, saber que existe alguien que siempre agradecerá nuestra existencia. Por eso, cuando los enemigos del hombre quieren destruirlo, aniquilar en él cualquier rastro de esperanza, siempre atacan a la familia, comenzando, claro está, por la mujer –que para eso es el primer hogar de la vida–, porque si consiguen, a través del miedo, destruirla, les será fácil reducir al ser humano a un pelele, esclavizado a sus antojos, sodomizado y destruido.

Y así fue que se puso en marcha el divorcio y destrozó cualquier infancia alegre –para evitar malas éticas llegaron a una nefasta metafísica–. Y así fue que iniciaron la igualdad (identidad) entre varón y mujer –basándose en sentimentalismos baratos consiguieron eliminar diferencias sustancialmente enriquecedoras–. Y así fue que aprobaron la forma de asesinato más demencial y satánica que existe: el aborto –reduciendo al ser humano a un producto exclusivo del hedonismo caprichoso y egoísta–. Y así fue que dieron validez social y sustancial a cualquier tipo de unión entre humanos elevándola al rango de familia –aniquilando la libertad y la conciencia personal desde su raíz: la concepción del hombre y su nacimiento dentro de la unión amorosa entre el varón y la mujer, en el primer altar del bien común, que es el matrimonio–. Y así fue, por fin, que lograron instaurar en el mundo la Ideología de Género…, y consiguieron eliminar la propia naturaleza del ser humano, volviendo al hombre a algo mucho más insustancial que un pedazo de barro, lo convirtieron en el más absurdo de los animales: un ser sin sentido, sin posibilidad de crecimiento, de entendimiento y de libertad. Todo para que el hombre piense que es imposible amar, pero sobre todo, que es imposible ser amado. Y en cuanto alguien acepta eso –no puedo ser amado–, nada ni nadie podrá sanarle.

Sin embargo, ni todos los sembradores del odio juntos podrán acabar con la familia. Lo más increíble del ser humano es que hace mucho tiempo que aprendió a resucitar, porque, en el fondo, siempre se ha sentido querido: siempre ha sabido que su vida merece la pena. Esas son las razones por las que la Iglesia de Cristo jamás ha sido extinguida: es de Dios, vive en el Amor y ha aprendido a resucitar en cada generación, como su Maestro. Pero esta es otra historia, y será contada en otro momento.

La familia por supuesto no ha muerto. Medio enterrada en el polvo de la frivolidad y en el barro de la insensatez y el egoísmo, que parecen ser congénitos a la humanidad y que nunca dejan de acompañarla en su caminar, la familia, en términos de cálculo estadístico, languidece en las sociedades tecnológicamente más avanzadas del globo.

Álvaro de Silva, El amor o la fuerza del sino.

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