Las palabras que dan título a esta brillante elegía –soleado agradecimiento– son una mezcla de la Gran Dama de la Canción, como se conoce a María Dolores en el mundo entero, y de “La flor de la canela”, una de sus canciones más populares, compuesta por Chabuca Granda, de la que ella dice: “Estoy muy agradecida a Chabuca Granda. Sí, la llevo en el corazón, adoro la flor de la canela”.

Llegó el momento preciso y precioso, esperado a fuego lento, de cantar con la pluma para contar esta chiquita hermosa historia. Caminaba por la vida un niño –mudado ya de su antigua condición de hombre viejo y marchito, ya con los ojos bien abiertos, sensibles a las sorpresas, buscadores infatigables de belleza–, y una dichosa mañana… se topó con una flor. Era una flor muy especial, una flor hecha canción, que luce así: 

Déjame que te cuente limeño,
déjame que te diga la gloria
del ensueño que evoca la memoria
del viejo puente, del río y la alameda

Déjame que te cuente limeño,
ahora que aún perfuma el recuerdo,
ahora que aún se mecen en un sueño,
el viejo puente, el río y la alameda

Jazmines en el pelo y rosas en la cara,

airosa caminaba la flor de la canela,
derramaba lisura y a su paso dejaba
aromas de mistura que en el pecho llevaba

Del puente a la alameda menudo pie la lleva,

por la vereda que se estremece al ritmo de su cadera,
recogía la risa de la brisa del río

y al viento la lanzaba del puente a la alameda

Déjame que te cuente limeño,
ay, deja que te diga, moreno, mi pensamiento,

a ver si así despiertas del sueño,
del sueño que entretiene, moreno, tu sentimiento.

Aspira de la lisura que da la flor de canela,
adórnala con jazmines matizando su hermosura;
alfombra de nuevo el puente y engalana la alameda,
que el río acompasará su paso por la vereda.

Y recuerda que…

Descubierta por la deliciosa poeta del Perú Chabuca Granda, la cantaba…, la cantaba una dama muy hermosa, de labios benditos y nombre luminoso: María Dolores Pradera. Prendose el niño de emoción, corriéronle lágrimas de vida, quedose boquiabierto y arrobado ante tanta belleza contenida en el pequeño tarro de una canción:

Las palabras hechas río en los labios…,

esa voz tan limpia, tan honda, tan verdadera…;

palabras convertidas al instante en imágenes,

abanico de maravillas:

el puente viejo y romántico,

el río calmoso y la fresca alameda,

una humilde elegante mujer que lo cruza,

dejando a su paso un aroma que deleita,

una estela de gloria

Qué profundo cantar, qué manera de las palabras besar, qué elegancia al interpretar –las manos que pintan, la sonrisa que sueña, los ojos que vuelan–. Qué sencillez y fuerza a la vez. Qué delicadeza, pasión y firmeza. Qué feminidad, qué mujer bonita, qué mujer entera. 

Sus labios son mágicos, todo lo convierten en oro –el oro de la belleza–. Cualquier canción tocada por ellos, acariciada por sus cuerdas vocales, se aviva, se engalana, pasea con más garbo, corre más ligera, vuela más alto, llega más allá, ilumina, besa, abraza. Los versos se vuelven instantáneamente eternos por embellecidos: destellos de luz buena, rocíos de miel.

Jamás había escuchado el niño cantar así. El Mundo se paró. Se abrió la eternidad y el niño corrió a buscar más flores. Y apareció de golpe un ramillete: “Fina estampa”, “Amarraditos”, “La leyenda de los volcanes”, “Ay, como quisiera ser“, “Caballo de paso”, “Caballo prieto azabache”, “Caballo viejo”, “El rey”, “Tu olvido”, “Vaya con Dios”, “Camino verde”, “Gracia”, “La piragua”, “El libro”, “Sabes de que tengo ganas”, “El corralero”, “Dueño ausente”, “La gota fría”, “El son del carretero”, “Habaneras de Cádiz”, “Palmero sube a la palma”, “Jugar por jugar”, “Las mañanitas”, “María Antonia la ventera”, “Milonga sentimental”, “Te solté la rienda”, “Me he de guardar”, “Negra María”. Que dio paso a un espléndido jardín: “A la orilla de un palmar”, “Si se calla el cantor”, “Pasito a paso”, “La casita”, “Matacuervos”, “María bonita”, “A lo largo del camino”, “Arrullo de Dios”, “La ruana”, “Bienvenido Chamizal”, “La hija de don Juan Alba”, “El camisa de juera”, “El rosario de mi madre”, “La ley de monte”, “Nana para un niño con suerte”, “Limeña”, “Las vaqueiras”, “Callecita encendida”, “El becerrito”, “Una pandereta suena”, “Yo vendo unos ojos negros”, “Cuando vivas conmigo”, “Tiempo”, “Cucurrucucú Paloma”, “¿Dónde estás juventud?”, ”Sufriendo a solas”, “El sí, que sí”, “Ojalá que te vaya bonito”, ”Lisboa nao sejas francesa”, “La muerte de un gallero”, “Xochimilco”, “La vida es maravillosa”, “Me dejé el pelo crecer”, “Paloma torcaza”, “Como la cigarra”, “El andariego”, “Canta, canta, canta”, “Coplas del burrero”, “Amapolas y espigas”, “El corrido del caballo blanco”, “Cholito toca y retoca”, “Churrasquita”, “Viene clareando”, “Seis años”, “Pescador y guitarrero”, “Siete y mil veces”, “Las dos puntas”, “Viva la gente morena”, “Abre tu balcón”, “Pajarillo verde”, ”Galerón gallero”, “Nanas asturianas”, “Y ya”, “La fuente”, “Borrachita”, “Paloma, llévale”, “Clavel marchito”, “Miradas”, “¡Qué bonito!”, “Nana del cabrerillo”, “La potra zaina”, “El ramilletillo”, “Llévame”, “Zamba de mi esperanza”, “Caballo que no galopa”, “Las veredas”, “Tengo un pozo en el alma”, “Gorrioncillo pecho amarillo”, “¿Qué tal te fue la vida?”, “Contigo en la distancia”, “Golondrina presumida”, “Paloma negra”, “Rosa de papel”, “Ausencia”, “Paloma blanca”, “Pozo de arena”, “Amor se escribe con llanto”, “Nací libre como el sol”, “Primera, segunda y tercera”, “Se me olvidó otra vez”, “Tu nombre me sabe a hierba”, “No me amenaces”, “Amanecí en tus brazos”, “La violetera”, “Paso de vencedores”… Algunas canciones y algunos artistas son eternos: nunca cansan, nunca mengua ni perece su gracia, siempre liberan, elevan, engrandecen. El niño había descubierto uno de esos vergeles perennes: María Dolores Pradera. Y desde entonces y cada vez que lo visita, no ha parado de volar, de sonreír, de gozar.

“Su voz es como una caricia, como un susurro”.

“Una dicción que roza la perfección, una sonoridad rotunda” –universidades americanas utilizan sus discos para aprender la musicalidad del español. 

“La emoción sobre un escenario”.

“Mujer de ingenio prodigioso”.

“Nadie canta con esa dificilísima y casi imposible naturalidad” –Joaquín Sabina.

“Siempre ha sido una voz muy hecha, muy perfecta. Una voz eternamente joven” –Sergio Dalma.

“Tiene la grandeza de hacer que cada canción que canta sea suya” –Rosana.

“Finura, clasicismo, elegancia” –Diego “el Cigala”.

“Una cadencia y una elegancia insuperables”.

“Traspasa generaciones, ella queda bien en cualquier canción y con cualquier artista”.

“Una forma de cantar muy de verdad, una forma de decir las cosas con una sencillez y, a la vez, con tanta grandeza. Me parece que hay que aprender mucho de esta gran señora que es María Dolores Pradera” –José Mercé.

“La Gran Dama de la Canción: por su elegancia sobre el escenario y ese cantar sin despeinarse”.  

“Las canciones que elegía partían el corazón y, pasadas por su filtro, acababan agarradas al alma.”

Aquella niña –como ella dice, “bastante, alegre, juguetona, que decía versos”– era amiga de las bellas artes, especialmente le gustaba cantar. Iba cantando por la vecindad con sus hermanos, que aprovechaban para sacar alguna monedita merced al arte de su hermana. También inventaba cuplés y refranes e interpretaba obras cortas que fascinaban a los vecinos, obteniendo como recompensa un puñadito de arroz o de lentejas, providencial en aquellos famélicos tiempos de guerra. Le enamoraron ya de niña las canciones mejicanas, que escuchó de bocas de mariachis en el mismo México, a donde le llevó su padre de chica. Creció y le llegó la oportunidad de ser actriz, primero en cine y luego también en teatro. Mujer valiente –“al principio, tenía miedo, temblaba”–, triunfó en ambas. Empezó a cantar en público en los teatros y luego: “se apoderó de mí la música” –¡gracias a Dios!, exclamamos los enamorados–. “Yo pienso que cada canción puede ser una interpretación de una obra, cortita en tiempo, alegre o triste, que se puede sentir y con la que se puede expresar mucho; o sea, que me parece que sigo de actriz cuando canto”.  

María nunca compuso, siempre escogió –aceptó los regalos– lo que quería cantar. Y durante más de siete décadas, ha desplegado todo un maravilloso universo de canciones –boleros, rancheras, valses peruanos, tangos, baladas, fados, copla…–, un paisaje espectacular cuajado de poesía. Paisaje que rezuma por todos lados la colorida y alegre luz de la América Latina, que bronceó su creatividad en Valparaíso y otras estancias americanas que vivió con su padre, destinado allí por trabajo: “yo siempre estoy agradecida a la América Latina, porque he empezado cantando aquellas tierras; siempre he cantado algo de mi país –España–, pero lo que realmente me ha sostenido y animado como cantante han sido las canciones de Latinoamérica”.

Mujer buena –por los ojos luce el corazón y los labios hablan de lo que en el corazón abunda–, inteligente –“a mí me da igual que me admiren, que te quieran es mucho más bonito”–, sincera –esa mirada tan clara y tan franca–, sensible –enlazada a la belleza–, familiar –“siete han sido mis grandes amores: mi madre, mis dos hijos, mis tres hermanos y mi tata Matilde”–, amiga –“en la amistad sí que he tenido suerte: tengo cantidad de amigos; debería hacer como mil discos para que entren mis amigos”–, alegre –de ágil sonrisa–, señora –decía que ella sólo se desmelenaba por dentro–, sencilla –las palabras justas y templadas–, generosa –en los duetos de sus últimos discos, reparte caricias sinceras por doquier–, divertida –“procuro que las cosas sean divertidas”–, guapa –bella trigueña–, jacarandosa –¡qué movimientos!–, pulcra –siempre perfectamente ataviada–, graciosa –“es una mujer muy graciosa”, dice Pasión Vega– y agradecida –“me parece que la vida me está ofreciendo muchas cosas bellas”; “nunca le he pedido nada a la vida y por eso me ha dado mucho”.

Justo cuando “la Praderita” ha sido acogida en el Cielo, estoy yo postrado con la columna vertebral maltrecha y he podido experimentar con más fuerza que nunca y lágrimas sanas en la cara el poder curativo de la música cuando es bella, cuando es como la canta Pradera  –ella también lo experimentó, después de una afección respiratoria, cerquita de los 90 años, cuando le ofrecieron cantar a dúo en su casa con varios compañeros de profesión en lo que serían sus dos últimos discos “Gracias a vosotros”: “me mejoré mucho de salud, me dieron mucha alegría”.

Servidor, como Dani Martín, puede decir que María Dolores “siempre formará parte de la banda sonora de mi vida”: alegrándome, renovándome, llenándome de vida y de belleza, siempre Cielo.

El día que nació en la Tierra mi amigo Tasi –otra flor de la elegancia–, el 28 de mayo, en plena primavera, nació María Dolores a la Verde Pradera inmarcesible, donde ya ocupa su lugar en el coro de los ángeles y regala su voz en nueva y eterna sinfonía, besando con ella la sonrisa de Dios. Ya se le ha cumplido el sueño que deseaba: un Gran Guateque donde todos, jovencitos, gozan juntos.

Gracias María, gracias por vivir con los ojos fijos en la belleza y el corazón abierto bajo la fuente de la alegría, por poner “esa fina flauta en la garganta que Dios te dio”–que diría Mario Gareña– al servicio y gozo de la humanidad. Gracias, alondra enamorada. “Gracias, maestra, por todo lo que has hecho y lo bien que lo has hecho” –Sole Giménez.

Un comentario en «La Flor de la Canción»

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