Hay un vacío enrome en el corazón de cada ser humano; el vacío del aburrimiento, de la insatisfacción, de la angustia, de la tristeza…
Mientras el cansancio y el frenesí nos mueven y nos frenan en esa inercia histérica, y día y noche nos arrastran como veleta en el mar que navega según sople el viento o azoten las olas del océano.
Frenéticos y cansados, así nos hallamos. De vez en cuando caemos rendidos y paramos, pero ese parar no es parar sino un correr incluso durmiendo para, una vez despertar, continuar nuestro maratón desquiciado. ¿Y por qué? Por ese miedo a nuestro corazón desangelado, lleno de vacíos como el aburrimiento, la insatisfacción, la tristeza y la angustia por la desolación.
Cada vez que alguien se para a solas y en intimidad consigo mismo, a pensar en su vida, a reflexionar, a meditar o a rezar, se expone a ver lo que hay dentro de él y puede encontrarse cualquiera de estos vacíos. De hecho, esta suele ser la principal razón por la cual se abandonan frecuentemente estas prácticas que llevan al conocimiento personal.
Sin embargo, estos no son más que barreras que sobrepasar y dificultades que atravesar; si las abrazamos y las soportamos, llegaremos a los mayores tesoros de nuestro corazón. Pero antes debemos adentrarnos en ellos para descubrir lo que son:
El aburrimiento es eso que sentimos cuando tenemos los sentidos despiertos y el corazón dormido (san José María). Yo diría los sentidos sobre-estimulados y el corazón saturado, ¿de qué? de falsas diversiones que no divierten a nadie. Kierkegaard hablaba del aburrido como el desinteresado: aquel que, hastiado de superficialidades materiales y lejos del sentido de su existencia, ha perdido el interés por cualquier cosa que pudiera estimularle. Aburrido ya nada quiero, nada deseo ¿por qué? Porque en el fondo ya a nadie amo.
La insatisfacción tiene un cauce parecido en el “horror vacuo” de nuestro corazón. La insatisfacción nace del querer llenar nuestra vida con posesiones, actividades o experiencias, ya no tan materiales, físicas o meramente sensoriales, sino más significativas y existenciales. La insatisfacción no es tan corporal o primitiva, no es tan inmediata o momentánea como el aburrimiento, sino que se extiende desde el pasado hacia el futuro como una frustración de haber fracasado en nuestros proyectos y nuestros deseos. Luchamos y no vemos recompensa. Buscamos oro y solo hallamos oropel falso. Bebemos agua que nunca nos quita la sed. Es la insatisfacción profunda del fracasado, del que busca en el lugar equivocado, del que trabaja y nunca recibe su salario.
La angustia, por otro lado, es el terror vital lleno de espanto. Es el miedo a perder lo más amado. La angustia es el infierno que vivimos cuando nos paramos ante la indecisión y ponemos en entredicho todo lo que da sentido a nuestra existencia. La angustia no aparece cuando nada nos apetece o nuestros resultados son pobres… Más allá, la angustia aparece cuando dudamos y nos replanteamos el sentido de nuestra vida. Nos angustiamos, no cuando estamos equivocados en algo, sino cuando estamos completamente equivocados en todo, es decir, cuando nuestra vida está totalmente desorientada, desinhibida, desquiciada: fuera de su quicio, es decir, de su norte y de su centro. Cuando estamos en la angustia sufrimos, no porque nos hayan hecho daño o se hayan equivocado otros, sino porque el error ha sido nuestro y ese error nos está matando. Nos ha matado de hecho (por lo menos a una parte de nosotros).
Hablemos por último de la tristeza: ese gran agujero oscuro y apagado. La tristeza es el hijo del aburrimiento, la insatisfacción y la angustia llena de miedo. Es el llanto por el luto de haber muerto por dentro. La tristeza es el profundo y amplio desconsuelo por haberse visto solitario y lejos del amor. La tristeza es el no creerse amado ni amable. Es el sentir que no merezco ser amado. Y encerrarse en ese amargo ataúd dispuesto enteramente a enterrarse en el suelo y a celebrar su funeral por ya haber muerto. La tristeza es el más doloroso de los sufrimientos porque es vivir la ausencia de amor, de belleza y de abrazo por completo. Por eso la tristeza es siempre mala y ha de erradicarse. No hablo de lo que llaman tristeza, del sentimiento que uno siente cuando pierde a alguien o algo: eso es el sentimiento de pena. Hablo de la tristeza como pasión que nace de la desesperanza.
Todos tenemos estos vacíos en nuestro corazón, aunque pocos se atreven a mirarlos de frente para reconocerlo. Y son estos 4 vacíos las barreras que toda persona se topará durante el camino del autoconocimiento, y son estos 4 los verdaderos motivos por los cuales las personas abandonan constantemente su mundo interior y su viaje hacia la verdadera madurez y el desarrollo personal. Porque cuanto más te conozcas, más veras estos 4 vacíos en ti. Aunque por otro lado, más capacidad tendrás para llenarlos.
De estos 4, el más profundo es la tristeza. Ni el aburrimiento superfluo, ni la insatisfacción, ni la angustia, ni el cansancio, ni el desaliento se curan si no se erradica de nuestra alma la tristeza por completo. Solo he de decir una cosa: el remedio para la tristeza es el amor más que el llanto, el abrazo más que ningún otro consuelo, la alegría de vivir enamorado más que ningún placer de los sentidos, la contemplación de la belleza del silencio más que de ninguna otra realidad y el descanso en la esperanza más que el de ningún baño o buen sueño (lo siento santo Tomás, aunque tú eso ya lo sabías).
El amor siempre fue la cura del vacío existencial humano, la raíz de toda esperanza y el secreto de toda fe. Y el amor es amar y ser amado, tanto dar como recibir. Aunque especialmente recibir, pues no se da lo que no se tiene, ¿Cómo vamos a amar si no hemos sido amados antes? Por eso, debemos dejarnos amar, especialmente si no lo merecemos, pues, como decía Lewis, el amor no merecido eslo que salva al hombre. El hecho de que alguien nos quiera cuando menos lo merecemos es la terapia más poderosa para sanar nuestra tristeza. La segunda más poderosa es hacer por amar nosotros. De hecho, unir las dos es suficiente.
Lo bueno es que en el fondo de todo nuestro ser, detrás de todos nuestros duelos y tristezas, se encuentra el amor más grane que nuestra ilusión pudiera conocer. Lo más profundo que hay en nuestro corazón no es el vacío o la muerte sino la vida eterna: el amor que siempre fuimos. Que nadie se engañe: todos hemos sido amados suficientemente como para impulsarnos salir querernos a nosotros mismos y luchar salir adelante. En el momento en el que recibimos la vida, hemos sido amados.
Somos amor. Solo en ese amor que somos, descubriremos el sentido profundo de nuestra existencia: el cauce de un río de agua viva del que mana una libertad eterna que nos define como personas y nos permitirá alcanzar la felicidad.
Todos necesitamos llenar nuestra vida de amor, para ello son dos los ingredientes fundamentales: descubrir la verdad que nos lleve al bien para vivirlo y llenarnos de Bien, y por otro lado, descubrir nuestra vocación, para encontrar el lugar donde más podremos aportar y así devolverle el favor a la vida, en agradecimiento por todo lo que nos ha dado.
Juan Carlos Beato Díaz
Psicólogo y Orientaor del Centro IPæ