XIX
Lo mismo que el espíritu es como la sombra de un hombre y, en ese sentido, es como la sombra de la vida, de igual manera, a intervalos, pasó a través de esta vida interminable una especie de sombra de muerte.
Cfr. G.K. Chesterton, El hombre eterno.
Así es, algunos hombres son la sombra de la muerte. En todos los principios –que tienen todo de gloria– han existido aquellos que odian el saber, que no son los reyes, no son los creadores, no son los legisladores ni los jueces y, la mayoría de las veces, ni son los ejecutores. Son aquellos que decidieron tiranizar al resto, dando lo bueno por malo y lo suyo por mejor. No admitirán jamás que todo lo que existe… existe sin que ellos hayan hecho nada. Y eso es lo que mandan sobre toda esta realidad: nada. Todo lo que es tiene su propia ley, que no es otra cosa sino el fin al que se dirigen para lograr su plenitud como seres. Pero estas sombras de muerte quieren definir los fines de la realidad, alterando los principios de las cosas, para arrimarlo todo a su sartén: posesivos.
En este mundo, y antes de que llegue la renovación de todo, estamos condenados a morir, porque demasiados hombres han propagado –y siguen haciéndolo– la sombra de la muerte en nuestras huellas.
En este mundo, y antes de que todo sea renovado, hemos de sentir cómo nuestra inteligencia aprende a conocernos para descubrir en nuestras raíces el final de nuestros pasos.
En este mundo, y antes de que lleguemos a Ser, habremos de abrazar el profundo dolor que dejan nuestras ausencias para devolver la presencia de nuestras caricias y así limpiar todas las lágrimas que causó nuestra historia.