Presentación

Para gozar de la poesía, el primer paso es escuchar. El segundo es dejarse acariciar, dejarse querer. El poder de la palabra hace el resto: se cuela dentro, prende la llama, y la luz… se derrama.

Quien dice que no comprende, que no le gusta la poesía, que le parece complicada, que… tantas excusas, lo que está queriendo decir en realidad es que no quiere escuchar. Bien es verdad que, siendo el hombre hijo de la Poesía, siéndole esta tan familiar, hay, como decía Juan Ramón Jiménez, obras de arte que son abiertas –“al sólo verlas, iluminan, son claras”– y obras de arte que son cerradas – “de difícil (o imposible) captación incluso para los avezados al arte, autores y espectadores”–. La poesía de Luis es de las primeras, de las que suben las persianas, aclaran la mirada y abren horizontes.


Ese poder de la palabra del que hablo rebosa en el título que luce en la portada de este libro: “Rosal en la niebla”, y ya has alzado el vuelo antes de llegar al primer verso, ya has comenzado a florecer, y a sangrar, ya has entrado en el misterio y has comenzado a desear desvelarlo… Una vez dentro, desde los primeros versos, se goza de la grandeza del poeta: la contemplación, tan apasionada en esta pluma como para hacer de la revelación que late en cada pedazo de la realidad un sencillo diálogo, una mirada locuaz, un auténtico encuentro.


Al adentrarnos en el pequeño sugerentísimo mundo de esta colección de poemas nos encontramos un paisaje de bellísima paleta, recorrido lentamente, con ahínco, con plenitud. En él se invita a la riqueza de la cotidianidad, donde a cada acontecimiento se le saca jugo –a veces más dulce, a veces más amargo: siempre necesario–. En él se ofrece el silencio como trampolín a la escucha viva, que alcanza la música colorida, la voz sincera, la llamada a la libertad. En él se da el encuentro con el dolor, al que no se rehúsa, sino que se bebe hasta que cicatriza, y la sangre se vuelve luz –“Mucho sufrió la rosa hasta ser rosa”.

Como declaraba Pedro Antonio Urbina, en su dorado libro “Filocalía o Amor a la Belleza”: “en la medida en que su arte es belleza y se perfecciona como artista, como la belleza arrastra consigo el bien y la ver- dad, lo perfecciona como hombre, no sólo como artista. Y el efecto perfeccionador de su belleza hecha perfecciona a los demás… del todo, en todo su ser”. Por esto, hay que darle las gracias a Luis: porque tras degustar su poesía, uno es, nada más y nada menos, mejor persona.

Borja Campos Rodríguez
Escritor

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