a la memoria de José Julio Perlado
La final, aquella final tan esperada, había terminado, el equipo del hincha acababa de ganar el torneo internacional más preciado, algo que solo unos pocos clubes habían conseguido a lo largo de la historia del llamado deporte rey. El hincha y sus tres amigos salían entusiasmados del gran estadio mientras comentaban los lances de la final y buscaban en la zona un lugar donde celebrarlo brindando con unas jarras de cerveza.
Su alegría contrastaba con los rostros adustos, casi llorosos, de los aficionados del equipo perdedor. Había sido un duelo igualado, lleno de tensión y de emociones, hasta el gol que deshacía el empate, en el minuto ochenta y seis… De madrugada, los cuatro cogieron un vuelo chárter que los devolvió a su ciudad, en un ambiente de celebración, entusiasmo y alguna que otra borrachera.
Al llegar a su casa, el hincha notó el cansancio después de tanta tensión y de una noche en vela. Era domingo, su mujer no estaba y se acostó. Marcó en el móvil la hora en que quería levantarse, con tiempo para asearse y sentarse cómodamente ante el televisor, con unos tacos de jamón y de queso, un paquete de patatas fritas y unas cervezas, y para sintonizar el canal en el que sabía que darían en diferido la final de la noche anterior.
Cuando sonó el despertador en el móvil, le costó un poco volver a la realidad, se levantó, escuchó un mensaje de voz de su mujer: «¡enhorabuena, campeón!, no he querido despertarte, me voy a comer y a pasar la tarde con Cristina, Jorge y los nietos, pero te he dejado comida en la nevera». Antes de afeitarse y de ducharse, se preparó y se bebió una taza de café bastante cargado.
La preparación fue casi como un rito: dejar las viandas en una mesita al lado del sillón en el que se sentaba siempre que veía un partido de fútbol, bajar las persianas para que la luz no se reflejara en la pantalla, encender el televisor, buscar el canal adecuado… Se sentía pletórico, orgulloso de haber estado allí la noche anterior de aquel día histórico…
Comenzó la retransmisión, salían los equipos, saludos, enjambres de fotógrafos y de cámaras de televisión, el colorido festivo y ruidoso de los hinchas de ambos contrincantes, los gritos y cánticos, las banderas y bufandas, los bocinazos… Se fijó en la zona del estadio en la que estuvieron él y sus tres compañeros de fatigas futbolísticas. Relajado, se disponía a disfrutar con cada momento de aquel juego con final feliz garantizado…
Pero entonces se produjo algo increíble, su equipo no era el ganador, su equipo perdía la final, su equipo era el derrotado… Sintió un dolor en el pecho y que se ahogaba, se levantó, se acercó a la ventana, subió las persianas y la abrió para que corriera el aire. Se asomó a la plaza a la que daba su piso y entonces vio como por todas las esquinas fluía un río de hinchas desconsolados, que pedían explicaciones a gritos. Le pareció que iba a sonar en unos instantes la gran trompeta del ángel anunciador del fin del mundo.
Luis Ramoneda, junio de 2024